martes, 25 de noviembre de 2008

Antes había crímenes por arma blanca. Hoy han desaparecido y casi toda la violencia machista se “perfecciona” mediante cuchillo que, aunque no deja de ser un arma blanca, es otra cosa. ¿Qué indica este pequeño cambio lingúístico?
El crimen de arma blanca era propio de gitanos de pega y de pura racialidad española de bandolerismo visto por Merimée. La navaja en la liga de la cigarrera, vaya usted a saber a qué efectos, así como el ajuste de cuentas al intruso en tu cueva privada, en lo mas íntimo de tu privacidad, aunque correspondiera al cuerpo de tu mujer, era cosa de arma blanca.
El crimen a cuchilladas de la violencia de hoy no pretende desangrar al intruso, sino penetrar a tu hembra de mil maneras imposibles, máxima generosidad de quien manda. El cuchillo es el metro de la hombría y Alberto, el chulo de la Lupe, mide su verga con un cuchillo de matar en una de las más rudas metáforas de ese ejercicio literario tan potente y desbordado que es Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño.
Siempre mueren ellas, de una u otra manera, pero la semiología no puede reparar en esa minucia. Lo simbólicamente importante es que, antes, la navaja era un arma blanca separada del cuerpo del asesino que la utilizaba para algo externo a su finalidad propia, mientras que ahora el cuchillo es parte del cuerpo del macho inseguro de su potencia y que no puede acudir a un hacha pues sería inadecuada para mostrar la sustancia de lo que pretende establecer que, al fin y al cabo, es una fina finta intelectual.
El arma blanca es tan antigua como el revolver aunque éste también tenga forma de sexo masculino y dispare. Matar con revolver es seguro, pero poco personal. No hay que tocar a la víctima que se ve arrebatada por la naturaleza y no castigada por su dueño.
Y el atizador o el martillo (que fue utilizado hace unos días por un señor de 67 años para cargarse a una segunda esposa, también viuda, de 58) es humillante para el maltratador o asesino pues es considerar a la víctima como si fuera una gallina cuyo asesinato no es digno de un señor lleno de orgullo: el objetivo no es matar sino tener razón. Por eso tampoco tiene sentido el arrojar por la ventana a tu posesión: ella no entendería la lección.
El uso del cuchillo en en la violencia doméstica es una cuestión de poder, no de necesidad de atracar ni siquiera de dignidad ultrajada. Es un acto de generosidad del último docente vocacional que nos queda. Enseña gratis a la que no sabe e incluso llega a pagar por ello. Es el poder del generoso que solo reconoce a la secta de sus iguales y desprecia no solo la vida, incuída la suya, sino también la triste civilización “feminoide” a la que hemos llegado por falta de coraje.
La mujer, la propia, es el reflejo de la debilidad de nuestra triste manera de convivir en la que todos y todas son lo mismo y no hay un verdadero reconocimiento del poder diferencial. Es la perfecta víctima propiciatoria y no hay semejante cordera, semejante ser humano, sin un cuchillo cerca que pueda rebanar su garganta o sangrarle el corazón a puñaladas, muchas más de las necesarias para matarle o para aplacar la cólera, justa, del señor. Las precisas para establecer la verdad.
Una versión actual de la letra con sangre entra, una cuestión epistemológica, la apertura a la luz de quien solo persigue infatigablemente abrir la cajón de las verdades. No toda arma blanca es un abrecartas; pero el cuchillo lo es y, como tal, siempre establece con su sutileza el poder de la verdad por descubrir.
El arma blanca es propio de la épica (los guerreros gurca la llevan entre los dientes cuando atacan en nombre de la Reina), el cuchillo es propio de la lírica ( la del amor a la verdad). Jesús vs Orfeo.

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